El día de Sant Josep és el día de la cremà. Los ninots deben arder en la medianoche para dar paso a la primavera, arrastrando en cada una de sus hogueras los malos momentos de la vida de quien participa de las fallas. L’Himne regional suena en la voz de Francisco, y toda una plaza llena de valencianos tararea los mismos acordes, según marcan los altavoces de la plaza del Ayuntamiento. Son momentos de emoción, el fuego purificador –que diría un gran amigo mío-, el tránsito de la estación hasta el espacio que ocuparás detrás de la valla, la constatación de la pertenencia a ése lugar de luces y color mientras la cara te arde con el fuego; Valencia.
Ha cambiado el modo en que los artistas falleros modelan las fallas. Ya no es la fusta y el cartró pedra (madera y cartón piedra) de toda la vida. Los muñecos se han vuelto más perfilados y elegantes, más tecnológicos y modernos gracias al corcho. Sin embargo el espíritu de l’estoreta velleta para la falla de San Josep permanece en los esqueletos de madera. El 2007, los presentes en la plaza recordarán que a las dos de la madrugada el esqueleto del monumento municipal seguía en pie, y para sorpresa de valencianos y visitantes, la luz del sol amaneció con los restos de la falla sin retirar, un hecho que ocurre, como por arte de magia, cada nit de la cremà, cuando la ciudad del Turia amanece completamente limpia de cenizas y de la suciedad de sus calles transitadas por miles de personas gracias al trabajo de los operarios de limpieza.